Hace frio. Ya es tarde, debería volver a mi casa; quizás este vacío que siento se llenaría con amor hogareño. No lo sé, simplemente, no lo sé. La banca está bastante húmeda, el ambiente nuboso y los arboles le dan un tono terrorífico, pero qué más da, ya a esta hora no vale la pena pensar en ello.
Es extraño encontrarse solo en una plaza, aunque ya son más de las dos de la madrugada, no me parecería raro encontrarme a alguna persona intimidada por mi presencia, mi bufanda y mi gabán no logran protegerme completamente del frio, mi cabello esta húmedo por la lluvia de la tarde y creo que poco a poco he comenzado a resfriarme, cuando llegue a mi casa mas de algún grito, sermón o quizás indiferencia reciba de parte de todos; ya no me importa, han pasado casi seis horas desde que salí y aun no tengo ganas de regresar. Necesito pensar.
Nuevamente está empezando a correr viento, ya empezaron a caer copos de nieve, que bella aquella imagen de la nieve cayendo sobre las copas de los arboles. Revueltos, los pensamientos en mi mente, comenzaban de a poco y a ratos a ordenarse; la monotonía del paisaje me ayudaba bastante, me mantenía cautivo, preso en mis pensamientos. Adagio a la vida: “nuestra existencia se puede resumir en dos simples palabras, vida y muerte; vivimos y pagamos como precio de esta, sufrir y ver morir a quienes queremos, y finalmente fallecemos para que otros puedan pagar también”. Es extraño que la misma frase se repetía una y otra vez dentro de mi cabeza, y a pesar de intentar buscar otro pensamiento, este no se detenía. Llegue finalmente a la conclusión de que me vida no era más que el triste reflejo de mis pensamientos, mi vida era aquel pequeño “sueño o utopía” que yo había creado para vivir; “la realidad está conformada por las ideas de la mente humana. No hay realidad independiente de la mente del ser”. Con un suspiro reuní las fuerzas necesarias para ponerme de pie e irme a mi casa a meterme a mi cama para intentar dormir, aun necesito pensar, lo hare en el camino, mi casa queda a una hora de aquí.
Tape mis oídos con mis audífonos y coloque la música a todo volumen, sin ruido a esa hora de la noche (cerca de las cinco de la mañana) la música era lo único que perturbaba la tranquilidad de la calle. Seguí pensando, encerrado entre cuatro paredes llamadas mi mente, me sentía frustrado, no existía para mí una razón lógica que explicara para que vivimos si nuestro final es siempre igual. De súbito me siento observado, la inquietud me obliga a quitarme uno de mis audífonos, pero aterrado evito mirar hacia atrás. Siento que está cada vez más cerca, puedo oír incluso su respiración, acelero mi caminata hasta llegar a correr, calles más adelante, me detengo casi sin aliento; alguien me toma por la espalda y tapa mi boca. Solo dice “silencio, o te mueres”. Calle.
Sentía como poco a poco las manos de aquel misterioso personaje se internaban en mis bolsillos a la busca de algún premio, tesoro, algo que hiciera que su misión estuviera “completa”, ¿pero qué hallaría? Nada. Desapareció, de la nada mire y ya no estaba, recordé que por la mañana olvide tomar mis medicinas para controlar mi alucinaciones, tristes alucinaciones de un esquizofrénico. Ya me acerco a mi casa, las luces están encendidas obviamente mi madre debe haberse quedado esperándome, no quiero entrar, temo entrar. Me alejo.
Ya a suficiente distancia encontré un lugar en donde sentarme, el sol ya se estaba haciendo presente y la nieve se había detenido hace un rato. El frio es cada vez peor.
Me pongo a pensar recostado en el frio asiento, porque debía salir de la vida de algunas personas, ¿por qué daño a la personas?, no sé si creer que así sería mejor, o solo es egoísmo propio de no querer compartir mi ser con nadie. Está lloviendo bastante fuerte, el frio me consume por completo, temo morir por una hipotermia, creo que debería ir a mi casa, es eso o enfrentar la muerte. Aun recuerdo un viejo texto que escribí tiempo atrás:
“…la frialdad y el desprecio con que se me trato aquel día fue indescriptible, la frialdad de alma que tuve fue complementaria a la forma de reacción de aquella sonrisa triste delante de mí, la palabra adiós fue el factor clave de aquella mortal despedida, en que entre el mar y la luna me arrebataron a quien más quería, el oleaje era fuerte y el frio indignante, la luz de la luna no me alentaba y las palabras que de su boca resbalaban como si fueran lanzadas a una muerte súbita me hacían sufrir aun mas, seguía pidiéndome perdón, pero no era eso lo que esperaba, la revocación de su decisión era estúpida, ya estaba muerta y yo seguía sintiéndola enfrente mío, su cuerpo yace en el fondo de ese oscuro océano iluminado por la luna y la arena que se colaba por cada espacio de mi ropa, me obligaría a recordar tal belleza y tal hermosura de recuerdo.”
Como un trueno paso por mi mente; “ese día debí morir yo”. Me recosté sobre la banca y el sueño poco a poco comenzó a vencerme, junto con el frio que me acercaba cada segundo que pasaba a la muerte, la única salida posible de mis pensamientos que se repetían una y otra, daba igual, por la mañana despertaría en mi cama.
