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lunes, 2 de septiembre de 2013

Implosión.-


Debemos el amor a una pequeña célula de nuestro cerebro. La vida del cerebro se la debemos al oxígeno arbóreo, al dulce elixir de una chuchería acaramelada y al sanguinario licor que recorre nuestro cuerpo. Técnicamente, el amor depende de un árbol, el azúcar, la sangre y la voluntad de la vitalidad. Pero, ¿dónde queda el corazón en todo esto? Tierno, dulce y romántico, pues el corazón ve por quien late más rápido, el corazón a voluntad vitalicia, decide el bombeo de sangre, la demanda de tal incide en una mayor exigencia de oxígeno, mayor gasto de aquello influye en la necesidad de azúcar y tras el acuerdo mutuo entre los grandes líderes del romanticismo: el cerebro y el corazón, nace un idiota. La razón y la obstinación conjugan tras la disputa donde el cerebro le grita al corazón: ¡No es amor si no nos enamoramos los dos! 
La idea de funcionamiento del cerebro parte desde que nacemos hasta que nos enamoramos. Por su parte, para volver de este trance de pacifismo cerebral exigen dos placeres: primero está el acuerdo entre el corazón y el cerebro, independientes uno de otro y sin un diálogo anterior, gritan al mismo tiempo, ya desesperados por estar en la antesala del suicidio amoroso: ¡Es suficiente! Por fin se ponen de acuerdo tras el placer masoquista del amor; y segundo está el placer del post-morten, el reprimir enojado del cerebro al corazón, en su delirio de autoridad razonable, aunque todo es en vano, la estupidez cerebral no está resuelta, pues no sabe que el corazón es el único órgano que no sigue órdenes del cerebro. Luego del placer del desamor conjugada con el amor sumado a mucha, mucha cruel, recién ahí el cerebro se liberará de dopamina, serotonina y oxitocina, se derrumbará ese castillo de naipes y casa de lego que la razón creía tan fuerte, el corazón queda ahí, otra vez. Claro, queda ahí, hueco y bombeando sangre para empezar a sobrevivir, mientras que los sentimientos pretenden estar en equilibrio, el sistema límbico yace ahí fingiendo funcionar sin sentirse atraído por la estupidez, ni alguna hormona. Sin embargo, aún los científicos más curiosos se preguntan por qué si los sentimientos están en el cerebro y no en el corazón, cuando nos hieren nos duele el pecho y no la cabeza.
Amor, divina locura templada por el clima fulgurante del debate entre el cerebro y corazón. Durante mucho tiempo se escucha a la mente, pero por ese mismo mucho tiempo, debes dejar hablar al corazón. Pero la regla es, cada uno juega su papel, ni el corazón debe tomar el rol de cerebro, ni menos el cerebro debe ocupar el lugar del corazón. Señor, el cerebro se usa y el corazón se siente. Cerebro, comprende y aprende el corazón nunca va a aprender, tu eres el encargado de aquello; corazón, apunta y cree el cerebro hará de idiota y feliz, tú simplemente no te canses de intentar.  Roles exactos para evitar un trasplante de actitud.
¡Cuidado! Te advierto que el cerebro es como el humano, el cielo se puede oscurecer, caerá la noche, la ciudad callará  y el cerebro te puede traicionar. Es por eso que necesitamos eutanasia cerebral.-